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De cómo empezamos a funcionar con gasolina de la reserva, y otras historias de medallas y cuidados


A menudo escucho una frase, que también en algún momento dado me he dicho a mí misma, y que va a continuación de la pregunta “¿cómo estás?”, la frase es: “bien, bueno, voy tirando”.

Creo que esta frase encierra mucho contenido, un contenido del que apenas somos conscientes hasta que no empiezan a saltarnos las alarmas, a veces corporales, esos “warnings” físicos que tratan de ayudarnos a interpretar nuestras necesidades, y a veces nuestros deseos. Algo en tu cuerpo o en todo tu ser te avisa: “ojo, vas conduciendo con la gasolina de la reserva”. Esto podrá variar mucho de un caso a otro: quizá dolores, a veces cansancio extremo, otras hiperactividad, hiperalerta… Puede cambiar en función de cada persona y su sistema. De nuevo, “salud mental” va de la mano de lo social y lo político.

Otras veces sí somos bien conscientes del contenido que implica, pero ya sea por el contexto en el que se realice la pregunta, el grado de confianza e interés genuino que se perciba con el interlocutor/a, la prisa que se lleve, o quizá el permiso que la persona se dé para nombrar lo que le está gritando por dentro… el caso es que en muchas ocasiones emerge esa frase: “ahí voy, tirando”. Acompañada de una sonrisa que, en función de lo transparente que sea la expresividad de la que la sostiene, podrá dejar entrever más o menos crispación.

Si además de las variables mencionadas antes, añadimos el filtro del género, ya sea el asignado o aquel con el que te identifiques, y le añadimos la “expresión de género” y cómo tú interpretes que puedes expresar tus cualidades y necesidades (en forma de emociones) en base a lo que se espera de tí como hombre o mujer, (y que tus circunstancias te permitan manifestar), encontraremos entonces otra clave más desde la que decodificar esa gran frase del “voy tirando”. Y el contenido llegará más o menos: expresado, hermético, enlatado, estoico, resignado, desplegado, ilustrado, insinuado, camuflado… pero casi siempre, (y repito, dependiendo del contexto de la pregunta), llegará muy filtrado. ¿Qué hay detrás de esa frase?

El problema viene cuando esos filtros sociales externos, esos corsés formales que han sido sostenidos por estructuras que hemos ido creando y que son más grandes que nosotras/os, son interiorizados hasta un punto en el que rigen y arbitran desde nuestro interior, regulando lo que nos permitimos sentir y el acceso que nos concedemos tener a nuestras necesidades y deseos. Así como también el cómo expresarlos, significarlos, y en según qué momento, cómo satisfacerlos o no.

La conexión con nuestras propias necesidades (y expectativas de ser cubiertas), pienso que está en una coreografía continua u homeostasis entre la identificación de dichas necesidades y el respeto a las de la otra persona. Lo cual requiere del aprender a poner límites y también del reflexionar continuamente sobre el concepto de libertad y responsabilidad, para que te haga crecer a ti pero también permita crecer al/la que tienes al lado. Lo mismo con las metas y significados externos, y los internos.

Uno de los mandatos implícitos (y en otras épocas quizá más explícitos) de una sociedad patriarcal y además neoliberal como en la que vivimos, es que, sea como sea, y al precio que sea, llegues a lo que se espera de ti…

Uno de los mandatos implícitos (y en otras épocas quizá más explícitos) de una sociedad patriarcal y además neoliberal como en la que vivimos, es que, sea como sea, y al precio que sea, llegues a lo que se espera de ti (y que tú has interiorizado y a veces hecho tuyo), sin que se pare mucho la maquinaria, y que si en todo caso lloras, que no cargues mucho al de al lado porque eso ya “es demasiado”, “supone debilidad”, y además a lo mejor resulta que ver llorar o sufrir le recuerda a cada persona su propia vulnerabilidad, y por eso duele acompañar. Como ocurre en los procesos de duelo.

Quizá finalmente sí que alcances esa meta que te marcaste (laboral, académica, vital…) o estés en el camino de ello; bien, ¿cuál será entonces el panorama que te recibirá?: por un lado, un entorno en el que se habla de crecimiento y riqueza personal, donde “lo importante es participar”, pero en el que si esa meta que ansías no es remunerada o no implica cierto estatus, (no demasiado, para que no se remuevan mucho los roles y estructuras de poder), influirá en que el esfuerzo autopercibido y tu autoconcepto empiecen a relativizarse… y aparezca el veneno del “no valgo nada”, o, “no soy suficiente”.

Por otro lado, todo esto envuelto en un “papel de regalo” que siga resultando atractivo y apetecible, y que muestre quizá alguna arruga o cicatriz, pero sólo si es en pro de esa meta, de esa medalla. ¿Qué otro motivo habría para decidir parar? ¿O para decidir escuchar y cuidar?

Hablando de medallas, hemos tenido recientemente el curioso placer de presenciar a través de los medios los Juegos Olímpicos de Río 2016, con esa gran cobertura “periodística” que agradezco haya sido tan transparente y haya podido mostrar ese sesgo machista, esta vez manifestándose en un contexto donde de nuevo la ambivalencia de lo perverso cobra mucha más fuerza: lo importante es llegar a Río, el equipo, las carreras de fondo,…, pero si no te llevas ni una medalla, no se te va a reconocer tu esfuerzo ni por asomo. Ni se te va a citar en las referencias. Y si además eres una mujer, tu éxito irá ligado al de un hombre. ¿Dónde queda ahora aquello de “lo importante es participar”?

¿Dónde queda el espíritu deportivo tras semejante exaltación de la competencia de élite, que además es sólo un destello fantasioso del sueño de alguien, pues la mayoría de los/as atletas viven en muchos casos de forma precaria el resto del año?

A través de pensar en las medallas, empecé a pensar en el contexto laboral y económico que nos rodea; no desacredito lo útil que puede ser la competencia sana y el afán de superación, pero sí me gustaría reflexionar sobre los destellos cegadores y peligrosos que pueden emitir los trofeos cuando son usados como un método motivador, pero no se acompañan de unas circunstancias que garanticen 1: la igualdad y equidad de condiciones, 2: la honestidad respecto a lo que hay detrás de la competición.

Y es que el contexto neoliberal mencionado antes, y en el que nos movemos, muchas veces se envían mensajes contradictorios: esfuérzate, lucha, compite, destaca, sueña, sé único/a, (pero no molestes), cuídate (pero no pares), cuida (pero sé individualista y depredador/a: 1 puesto, cientos de candidatos/as), crece, nútrete, sé fuerte, el/la que se lo propone lo consigue, sé un vencedor/a…, pero finalmente, acepta (con suerte) contratos laborales precarios donde a duras penas concilies tu vida con el trabajo, y donde el horizonte de estabilidad se prolongue a 1 año en el mejor de los casos.

Y de pronto nos encontramos renqueando a duras penas con la gasolina de la reserva, pues la del depósito se nos gastó hace mucho, pero no vimos el “warning”, estábamos deslumbradas/os por los brillos de los indicadores y filtros externos, quizá también por valores personales y autoexigencia compensatoria. Esos indicadores que dicen hasta dónde llegar, y cuándo parar, y modulan cómo expresarse en función de ser hombre o mujer, y te dicen cuándo alguien es digno de ser valorado/a: cuando gana el oro. O te alinean en un contexto en el que lo más útil sea que tú te quedes en casa puesto que tu salario es más bajo. Esto suele ocurrir a la mujer, que así de paso cuida de esa persona dependiente de la familia, ahorrándonos el pagar a nadie más.

Como en una relación abusiva, interiorizamos el mensaje contradictorio externo y nos exponemos hasta el límite más doloroso, ignorando nuestras propias señales de supervivencia

Como en una relación abusiva, interiorizamos el mensaje contradictorio externo y nos exponemos hasta el límite más doloroso, ignorando nuestras propias señales de supervivencia. A no ser que conectemos con un mínimo de dignidad y oigamos algo que nos haga dar un puñetazo sobre la mesa (en cada contexto de forma diferente), dejando de flagelarnos, o dejando de nutrir a lo que depreda. Aprendiendo a pedir ayuda. Así, muy poco a poco, …vamos dejando de sentir que no valemos si no estamos remunerados/as o en activo. Algo que le ocurre a muchas personas actualmente.

Ojalá sigamos resignificando poco a poco lo que está implícito en la base del significado de cuidar, y miremos qué tenemos asociado a este concepto; quizá podamos dotarlo de valor y riqueza humanas. Honrando a aquellas personas, la mayoría mujeres, que estuvieron en dicho rol, y celebrando ojalá a aquellas y aquellos que ahora puedan en algún momento dado elegir, ojalá más libremente, cuidar de otra persona, idealmente con algún tipo de estructura para que eso sea viable y no se reproduzca el pasado.

Algo muy patriarcal que subyace en estas construcciones es el mensaje de hacer de la situación de vulnerabilidad de otro/a una oportunidad para instrumentalizar y explotar, en vez de para acompañar y nutrir, en vez de cuidar. La ciudadana/o que está en stand by laboralmente suele estar cerca de sumarse a la narrativa del “no valgo lo suficiente” para que así todo tenga sentido. Sin embargo, el desgaste e invalidación que eso implica se cobra un alto precio emocional.

Confío en que revisando continuamente nuestra forma de disfrutar cuidándonos y cuidando a quien queremos, y de re-pensar si las medallas son reales o son un destello vacío, desarrollemos una especie de vacuna para no interiorizar la perversidad de dicho mensaje, pudiendo mantener un diálogo consciente entre las metas externas y los significados propios.

"Worthless", por Agnes Török.

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Publicado originalmente en:

Tribuna Feminista:

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